Prólogo
“Aun la estrella más lejana nació del mismo polvo del que
está hecha la hormiga más pequeña, antes de ser dioses ellos
fueron hombres y antes de ser hombres, todos fuimos polvo”
Sustraído del libro El Grito del Rebelde
por Corso el Vidente, Cronista de Alure.
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Al principio fue la nada, no existían las formas ni se había revelado la materia. La energía original llenaba todo el cosmos de nada absoluta, todo era silencio y oscuridad. Entonces despertó Suryuni, la conciencia original y dio inicio a la gran revolución cósmica. Suryuni contrajo la nada y luego la expandió, como lo hace aquel que respira vivo.
El aliento luminoso de Suryuni dio origen a los tres universos, el conocido, el desconocido y el que no se puede conocer. Del mismo aliento surgió la conciencia investigativa, una energía activa llamada Avagahana, la conciencia de ser que se reconoció a sí misma como una individualidad y a la vez como parte del todo. Esta conciencia vio en Suryuni su propio reflejo, su origen y sintió el primer atisbo de curiosidad; había nacido el espíritu del conocimiento.
Avagahana se dedicó a investigar su entorno energético y descubrió que la energía no era estática e inmutable como parecía, por el contrario era completamente activa y cambiante. El espíritu del conocimiento quiso saber cuál era la razón y el fin de toda aquella actividad, así que comenzó a desplazarse en busca de respuestas a sus preguntas que cada vez eran más. Pero pronto descubrió que no tenía forma de retener lo aprendido pues cuando cambiaba su atención de un elemento a otro la información previa se esfumaba y desaparecía dejándole tan solo la sensación de lo que había vivido.
De esa manera Avagahana descubrió al primer depredador cósmico, el espíritu de la no-memoria. Al observarlo con detenimiento Avagahana se dio cuenta de que esa nueva expresión de la energía era en cierta forma diferente, pues no reflejaba luz propia como Suryuni o Avagahana mismo, sino que éste resplandecía solo cuando se alimentaba de las memorias que apenas alcanzaban a brotar en el jardín del señor del conocimiento y luego de consumirlas, volvía a la oscuridad. Así que Avagahana le dio el nombre de Memariledu, que quiere decir la no-memoria o el no-ser, el fantasma oscuro que se traga todas las experiencias de vida y deja a los seres desnudos de historia.
Durante sus enfrentamientos con aquel terrible fantasma, el señor del conocimiento hizo otro gran descubrimiento, Memariledu no podía despojarlo de su memoria original. El recuerdo del momento en que Suryuni le había dado vida estaba ligado completamente a todo su ser, aquella era una memoria viva que palpitaba en cada una de sus fibras. El gran arquitecto del universo estaría ligado a su esencia por toda la eternidad y nada, ni nadie podría cambiar ese hecho.
Aquella certeza se convirtió en el mejor aliado de Avagahana a la hora de combatir a su enemigo. Tras cada ataque del depredador, el señor del conocimiento regresaba a la memoria original y afianzaba su conciencia de ser reforzando su lazo con Suryuni, para luego reiniciar su viaje infinito. Con el tiempo el señor del conocimiento entendió que estaba destinado a coexistir con todo lo que le rodeaba y debía encontrar la manera de neutralizar al depredador oscuro si quería avanzar en su camino.
Decidido a encontrar la manera de contrarrestar el poder que Memariledu tenía sobre él, Avagahana comenzó a dejar marcas en todos los puntos en los que centraba su atención. Las marcas le ayudaban a recordar las vivencias que experimentaba en cada una de las diferentes posiciones energéticas que alcanzaba, provocando que la acción del no-ser sobre él fuese menos dañina. Avagahana nombró dicho descubrimiento Atma, lo que quiere decir lugar donde se guardan las memorias.
La necesidad de descubrir más sobre el misterioso origen de Suryuni, el suyo propio y toda la inmensidad que lo rodeaba, condujo al espíritu del conocimiento a multiplicarse, con el fin de experimentar diferentes vivencias al mismo tiempo. Para Avagahana no fue difícil reproducir el principio de multiplicidad, pues él mismo era producto de un acto similar. Luego de recapitular detenidamente sobre su propio origen, y utilizando su energía como fuerza generadora, el señor del conocimiento fue capaz de darle vida a un ser similar a él, al que llamaría Atma Sodarudu, lo que en lengua original significa hermano del alma. Al espíritu del conocimiento le agradó su creación y decidió enseñarle todo lo que él había aprendido.
Atma Sodarudu, no solo aprendió lo que su señor le enseñó, sino que, llegado el momento, él mismo se dividió dando vida a su propio reflejo, con la variante de que su creación venia duplicada. Los dos hijos de Atma Sodarudu, aprendieron y se dividieron dándole vida a cuatro seres cada uno, los que a su tiempo también se multiplicaron y se sumaron a la búsqueda. De esta forma los filamentos de energía luminosa poblaron el universo. Avagahana se sintió complacido con esta nueva forma de expresión energética y decidió llamar a las criaturas, seres luminosos o Karamainus.
Aparte de darles un alma a cada uno de los seres luminosos, el espíritu del conocimiento también les dio el Aneavagahana o la conciencia de ser. El Aneavagahana es conocido entre los Karamainus como la huella del origen, la que nos mantiene ligados a Suryuni y que no puede ser removida por ningún medio. Cuando todos sus descendientes estuvieron preparados y hubieron explorado y aprendido de la zona origen, Avagahana les propuso explorar el resto del cosmos energético que los rodeaba. Así que los instó a viajar hasta los lugares más remotos y aprender todo lo que pudiesen. Él, por su parte, se quedaría en la posición original para recordarles siempre quienes eran, de donde venían y hacia donde iban.
Con su poderoso aliento energético el espíritu del conocimiento dispersó a todos sus hijos por el infinito, en libertad, sin ataduras ni compromisos, asegurándose únicamente de que llevasen grabados en sus almas el camino de vuelta al origen y quedándose él con la esperanza de que algún día regresarían a su seno a contarle sobre sus vivencias. De esa forma fue como se inició el infinito viaje de la conciencia, un viaje que lleva miles de millones de años y que no tiene indicios de que terminará pronto.
Los Karamainus ávidos de conocimiento viajaron hasta los lugares más alejados del origen, tocaron las sutiles fibras de la nada y terminaron descubriendo que la energía que los rodeaba estaba para servirlos y no a la inversa. Una vez hecho este descubrimiento, los seres de conocimiento retomaron el camino de regreso al origen, hacia Suryuni, el aliento cósmico que marca el principio de la creación. Pero la sombra oscura de Memariledu, el depredador original, se les interpuso, atrapándolos en prisiones fantasmales a las que llamó Ashtrays, mundos de ceniza.
En la medida en que la población original iba aumentando dentro de aquellos mundos grises, la cantidad de conciencia que producían se multiplicaba. Tanta conciencia llegó a generarse, que al depredador original se le hizo imposible consumirla toda. Sin nada que los detuviese, algunos Karamainus comenzaron a despertar del letargo en el que los mantenía Memariledu. Al descubrir el accionar del depredador se sintieron perdidos, aunque estaban despiertos no podían moverse, solo percibían la devastación a su alrededor con la mirada fija en el infinito y sus almas llenas de tristeza.
Imposibilitados de continuar su viaje, los despiertos se dieron a la tarea de revisar sus memorias. Buscaron dentro de su esencia hasta recordar su origen, pero no podían avanzar mucho, pues cuando intentaban abrazar sus antiguas vivencias, el depredador aparecía y de nuevo la no acción los invadía. Había nacido Bayamainú, el espíritu del miedo, el poderoso aliado del depredador oscuro. Pero el espíritu del miedo no llegó solo, con él vino también Kabaká, el espíritu de la sobrevivencia. Con la llegada de Kabaká los seres luminosos comenzaron a idear una forma de ponerse a salvo, debían mantener sus conciencias activas y sus espíritus vivos o sus almas se secarían por completo en aquellos diabólicos campos. Tenían que encontrar la forma de mantener al depredador alejado de sus valiosas conciencias, debían sobrevivir.
La llegada del espíritu de sobrevivencia soltó las amarras que paralizaban a los Karamainus, el primer impulso fue huir de aquellos campos de concentración. Pero cuando trataron de hacerlo se dieron cuenta de que no tenían a donde ir, no había ningún otro refugio más que aquella inmensidad. Hacia donde se movieran lo que veían eran los surcos oscuros de las conciencias consumidas por el depredador y los surcos iluminados a la espera de ser consumidos. La única forma posible de salvarse, era simular el estado de inconsciencia de los dormidos y perderse entre la multitud, al menos hasta que encontraran la forma de escapar de aquellas terribles prisiones.
Fue así como los seres luminosos se hicieron errantes. Cada vez que Memariledu se acercaba a su posición ellos se alejaban y se internaban en otros campos mezclándose con la población dormida. En su recorrido fueron descubriendo a otros hermanos que, al igual que ellos, habían recuperado la conciencia de ser. Poco a poco se formó una masa crítica en aquel valle de muerte, la primera rebelión tuvo su origen. Los primeros Megasamerú o espíritus libertarios aparecieron en el universo conocido, los despiertos se organizaron para liberar a sus hermanos esclavizados por medio de la lucha.
Totalmente convencidos de que lo que hacían era lo mejor; aquel grupo de Megasamerú enfrentó al depredador atacándolo por todos los frentes conocidos. Pero pronto descubrieron que nadie puede pretender pelear las guerras ajenas. Mientras más esfuerzos hacían por rescatar a sus semejantes de la desidia, más descubrían que la lucha por la liberación de la conciencia no era una lucha de masas, sino que por el contrario, era una lucha individual, una lucha que cada ser luminoso debía iniciar y mantener por sí mismo.
Ya sin el temor de ser perseguidos, los despiertos encontraron avenidas para colarse a otros niveles de la energía por donde trataron de alejarse de la prisión que por tanto tiempo los había privado de su libertad. Sin embargo, a pesar de que hicieron todo lo posible por poner distancia entre ellos y su antiguo carcelero, pronto descubrieron que una energía más poderosa que la suma de la de todos ellos juntos, los mantenía varados en un nivel contiguo al que habían dejado atrás.
Detenidos en aquel nuevo nivel, los Megasamerú perdieron el sentido de ver hacia el frente, ya no estaba Memariledu para perseguirlos y Bayamainú había quedado en los campos de concentración, ya no sentían la necesidad de huir. Aquella pérdida de urgencia les dio un falso sentido de libertad que terminó convirtiéndolos en seres pasivos y conformes. Sus antiguas hazañas libertarias quedarían ocultas por el velo del tiempo. Sin nada que se los impidiese, los seres luminosos se dedicaron a crear un paraíso dorado donde vivir en paz, un lugar que les diese el sentido de hogar que tanto anhelaban.
Mientras los Megasamerú le daban forma a su nuevo entorno, Memariledu se dedicó a reforzar la seguridad de sus cárceles creando mundos primitivos, niveles complejos llenos de energía fantasma en donde sus víctimas serían hechizadas y condenadas a vivir sin esperanza.
Cuando los Megasamerú volvieron su vista hacía lo que habían dejado atrás descubrieron con pesar los laberintos infinitos que había creado el depredador con la finalidad de evitar que los despiertos continuaran fugándose de sus plantíos. Los fugitivos sintieron curiosidad de saber porqué y para qué Memariledu había creado aquellas estructuras tan complejas, luego esa curiosidad se transformó en necesidad de saber y finalmente en el motor que los impulsaría a buscar respuestas. El Aneavagahana, la huella del origen, intentaba salir a flote y recordarles su derecho inalienable a ser libres.
Impulsados por esta nueva energía los Megasamerú cubrieron sus cuerpos de luz con ropajes energéticos opacos, para no ser detectados por el depredador. Desanduvieron su antiguo camino en busca de las estructuras inferiores y se mezclaron con la población dormida una vez más. Lo que descubrieron los dejó sin aliento. Aquellas estructuras eran la sumatoria de la energía excedente generada por los seres luminosos despiertos ¡La energía que Memariledu no alcanzaba a consumirse, se había organizado para continuar cautiva! Los nuevos esclavos no habían hecho nada para liberarse como lo habían hecho los Megasamerú en su momento ¿Por qué?, ¿qué era lo que los hacía permanecer esclavizados cuando tenían la puerta abierta para volar?
Entonces fue cuando los seres despiertos descubrieron la terrible realidad. Sus hermanos habían perdido el espíritu de libertad, sus alas estaban rotas y sin ninguna esperanza de poder escapar al destino impuesto por Memariledu, los seres luminosos se dedicaron a sobrevivir al tiempo que alimentaban la esperanza de que un ser supremo viniese a rescatarlos. Profetas, sabios, adivinos, magos y hechiceros recorrían aquellos mundos de ceniza tratando de convencer a la población de que debían unirse para generar la energía que atraería a los seres superiores.
Los Megasamerú regresaron a su mundo y deliberaron acerca del descubrimiento que habían hecho. Tenían muchas preguntas sin respuesta, pero lo que más los ocupaba, era el hecho de que ellos mismos no podían reanudar su viaje ¿Cuál era la razón de aquella imposibilidad?, ¿qué era lo que los mantenía varados en aquel nivel?, ¿por qué la energía les permitía retroceder sus pasos hacia los niveles que habían dejado atrás, pero no les permitía alcanzar el siguiente?, ¿tendría aquella situación de sus hermanos atrapados, algo que ver con la suya propia?
Desde sus altos estadios los seres libres se dedicaron a observar a los cautivos. Esperaban dar con una señal que les indicara cuando y como debían actuar. Durante este proceso descubrieron los sutiles caminos por los que se desplazaba la conciencia original y aislaron cada una de las fases que conducían a un ser hacia la iluminación total. Con el tiempo, dicho descubrimiento se convertiría en la mejor arma de los Karamainus para mantener a raya al depredador oscuro.
El proceso, que resultó ser sumamente simple e intuitivo constaba de cuatro fases a las que llamaron el descubrimiento, la búsqueda, el despertar y la liberación. En primer lugar, el ser cautivo hacía el descubrimiento de su propia realidad. Descubría que estaba siendo retenido en contra de su voluntad, por una energía depredadora que sin duda se alimentaba de él, específicamente de su cascaron luminoso, su Atma, el lugar donde guardaba sus experiencias de vida. Este primer paso lo impulsaba a estudiar su entorno en busca de una salida. En la medida en que cada individuo iba haciendo nuevos descubrimientos acerca de si mismo, su origen y su razón de ser, la conciencia original se iba despertando. Para cuando el ser despierto completaba el rompecabezas de su génesis, su cuerpo lumínico estaba completamente recuperado y su conciencia lista para reclamar su derecho a ser libre.
Aunque era más que obvio que dicho proceso se daba en forma individual, también era muy cierto que en cuanto los seres alcanzaban un estado de conciencia elevado, la energía los impulsaba a organizarse en colonias. Cada colonia adoptaba una tendencia filosófica o forma de vida acorde con su sentir. Los Megasamerú observaron que dichas colonias se convertían, no solo en un refugio para los Karamainus despiertos, sino que a la vez, actuaba como un imán que atraía a los que aun estaban dormidos y los impulsaba en su propia lucha interna.
En la medida en que las colmenas de seres luminosos iban creciendo, la conciencia colectiva del grupo tomaba mayor fuerza, dándole forma e identidad a cada una de aquellas comunidades energéticas. Pero el proceso no se detenía ahí; el siguiente paso era que los Karamainus se las arreglaban para crear puentes entre las colmenas, dando origen a las súper células o mega cúmulos de conciencia. Solo cuando los seres luminosos alcanzaban dicho estado, les era posible desplazarse entre los niveles y aunque el avance era mínimo, al menos lograban ponerse momentáneamente, fuera del alcance del depredador oscuro.
Los Megasamerú entendieron que aquel proceso guardaba la clave para lograr, no solo la liberación de los cautivos, sino que también representaba la posibilidad de que ellos mismos pudiesen continuar su viaje de vuelta al origen. Aquel descubrimiento les había permitido entender que todos los seres que cohabitaban con ellos en el universo inmediato, eran parte de su familia cósmica y que por alguna poderosa razón, no podían marcharse dejándolos atrás. Finalmente habían dado con la respuesta que estuvieron buscando durante tanto tiempo y esa respuesta era muy clara; ellos mismos no representaban la masa crítica suficiente para alcanzar un nivel más elevado. Si querían continuar su viaje, tendrían que volver atrás y rescatar a sus hermanos.
Aun con todo lo que aquella decisión pudiese significar para ellos mismos, los Megasamerú sabían que aquel acto representaba su única esperanza. Dentro de todo, había algo que les brindaba un poco de tranquilidad, sabían que hiciese lo que hiciese el depredador, el destino de todos los seres de luz, había sido trazado mucho tiempo atrás y ese destino tenía grabado en su portal de entrada la palabra Purna Svantantrya, lo que quiere decir, libertad absoluta. Fue entonces cuando los señores dorados descendieron a los mundos inferiores dispuestos a derrotar al depredador. Los seres esclavizados los llamaron sus salvadores y se inclinaron ante ellos agradeciéndoles su intervención divina, así fue como nacieron los “dioses.”
Copyright© 2013 por Caro Vivas
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